El recuerdo de Belmond Maroma Resort & Spa me provoca suspiros, con añoranza de volver a disfrutar de sus vistas y colores, de su calor, de su privacidad y de su gastronomía.

Para recibir a los visitantes con calor de hogar y con la hospitalidad que tanto caracteriza a la gente de la zona, en el restaurante de resort, caracterizado por su forma circular y con vistas al paisaje, las tortillas son hechas a mano sobre un comal por la destreza de las manos de una sonriente mujer, que porta con orgullo el traje típico de la región. El aroma de los alimentos envuelve al aire, transportando a los comensales a un pasado de recuerdos y un presente de gozo y explosiones de sabores. Más que comida, en Belmond Maroma se cocinan sueños y se llena de magia cada receta, convirtiendo a los bocados en una experiencia fuera de cualquier convencionalismo.

En este oasis de caricias sensoriales, todo se une en un complot pensado en hacer sentir a los huéspedes como lo más importante. Desde que se cruza el umbral de este paraíso hasta la triste despedida, el personal se esmera en complacer todos los deseos y necesidades de cada persona. Ni siquiera hace falta pedir algo, ellos se anticipan a cualquier situación y la resuelven con diligencia.

Siguiendo las tradiciones y los conocimientos de los indígenas mayas, el resort está construido respetando el medio en el que se ubica, a la vez que lo adapta como propio y en beneficio de sus huéspedes. Los techos altos de palma que coronan cada una de las níveas habitaciones, permiten mantenerlas frescas y ventiladas. Sus vigas, columnas y muebles de madera son detalles de tipo rústico que nos conectan con la energía de vida que emana de cada rincón del hotel, que más bien debería ser llamada paraíso.

Belmond Maroma Resort & Spa esta sumido en la espesura de la selva que colinda con el espejo transparente del mar del Caribe, donde se vislumbran entre la vegetación palapas que coronan blancas paredes. Como si fuese parte del plan maestro de creación de la  naturaleza, este resort ecológico es el punto de unión entre la belleza salvaje y la fuerza creadora del hombre.