Tiempo atrás los cuadernos no se vendían con margen, los primeros ejercicios que enfrentábamos para aprender a escribir era hacerlo. Armados con un lápiz rojo, un sacapuntas y una regla teníamos que dejar el espacio correcto, el grosor adecuado del trazo, la firmeza, la rectitud ¡Vaya agobiante reto! Como me encantaba ver el estampado rojo del número 10 cuando la maestra revisaba, me esforzaba mucho en cumplir las condiciones impuestas por ella, pero sufría en lograrlo.

Al salir de las clases y mientras esperábamos que nuestros padres nos recogieran, algunos iletrados estudiantes, allanábamos la hora de llenar las planas de la tarea haciendo el margen. Cada vez que el margen salía chueco, o la línea era demasiado gruesa o delgada, que el espacio era muy amplio o muy estrecho, arrancaba la hoja ¡Qué desperdicio!  ¡Qué tragedia! 

Algunos hacían el margen rápidamente pues su regla tenía el ancho justo que pedía la maestra, los infortunados como yo, veíamos con tristeza que éramos más lentos. Hacer mal el margen tenía muchos costos que había que pagar con malas calificaciones, regaños de la maestra, burlas de los compañeros y las reprimendas de los padres. Pero tenía el incomparable premio de una plana bien hecha, bonita, armónica y, por encima de todo, el 10 que la adornaba. Aprendí la ventaja de hacer bien el margen y apreciar su UTILIDAD. 

Hoy tenemos a un líder nacional con una inmensa popularidad, cuando alguien difiere de sus ideas respecto a las decisiones económicas que asume, en un tono furibundo de insulto e indignación, y apuntando con el dedo flamígero, lo espeta: “¡NEOLIBERAL!”. Con la inmediata aceptación de sus seguidores incondicionales, que son muchos, y que hoy ya lo usan como uno de los más despiadados de los insultos ¡Dios mío, yo soy neoliberal!

¿Pero en qué cree un neoliberal? La llamada economía de mercado se sustenta en la idea que la gente, el mercado, tiene necesidades que satisfacer. Hay un grupo de personas, los empresarios, que ven esto como una oportunidad y buscan la forma de satisfacerlas. Al lograrlo, los empresarios ganan dinero, los que contribuyen para ganarlo, los empleados, también lo ganan. 

Con el dinero que ganan, tanto empresarios y empleados, pueden satisfacer sus necesidades de productos y servicios que otros ofrecen, es decir, se vuelven parte del mercado. 

Esto se convierte en una bola de nieve que no para pues siempre hay quien quiere ofrecer algo que aún no se ofrece, o hacerlo mejor que otros. La competencia obliga a la creación de valor, a encontrar ventajas competitivas, pues hay que enfrentar competidores, que con esas ventajas, nos puede sacar del mercado. 

Se vuelve una lucha que es importante regular para evitar acciones inconvenientes, abusos, prácticas de coerción, etc., es decir, el a”Estado” debe encontrar la manera de administrar adecuadamente la libertad en la que las empresas juegan, así como los árbitros en un partido de fútbol.

Pero la regulación debe ser justa, ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre. Todo un arte, las reglas deben ser pocas, claras y practicables. Los árbitros no

son los protagonistas del juego. Simplemente coadyuvan al cumplimiento de las reglas para que el juego se más fluido, más ameno, más concurrido y justo.

Si quiero seguir en el juego, debo estar ávido a las innovaciones, debo ser ágil en adecuarme a los cambios, debo ofrecer mi producto o mis servicios para que sean los preferidos del sector del mercado al que aspiro atraer, debo contratar al personal mejor calificado y pagarle mejor que mis competidores. Pero para que esto funcione bien, y antes de iniciar la plana, debo definir adecuadamente el horizonte de planeación y el margen esperado de utilidad que me permitirá mantenerme en el mercado. Es decir, el detalle está en el margen. 

Si quieres, te ayudo a hacerlo.

Las fotos fueron encontradas en la red abierta.

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