La empresa mexicana es parte fundamental de la construcción de la patria. En dos siglos ha enfrentado diversas realidades y ha estado allí, siendo parte de la historia nacional. Grandes o pequeñas, asisten a los retos del nuevo siglo que la nación está iniciando.

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Cuando estamos inmersos en reflexiones diversas en torno al bicentenario de la independencia nacional conmemorado en 2010, el tema de los empresarios mexicanos y su entrega es un aliciente que nos permite comprender mejor cómo ha evolucionado el país en su conjunto.

Al ir de la mano de sus gestiones o, si se prefiere, repasando la historia empresarial de México, se nos permite saber a través de las distintas etapas de la económia nacional que es posible ponderar el significativo papel que ha desempeñado la fuerza y el talento de los mexicanos que han invertido en este país, lo cual nos conduce a reflexionar sobre cómo el empresario siempre ha estado dispuesto a afrontar retos y ha respondido favorablemente tratándose de un país que ha luchado y continua haciéndolo por construirse.

¿Somos empresarios natos?

Cuando uno transita por las calles de México, puede observar de tanto en tanto establecimientos mercantiles que llevan en sus marquesinas y anuncios al público determinadas leyendas tales como “Fundado en…” o que funciona ”desde…”, antecediendo al año en que se creo esa empresa.

Grandes o pequeñas, esas empresas forman parte de la vida cotidiana de los mexicanos. Las hay de todos los géneros, para todos los gustos y son expendedoras de mercancías que fluctúan en todos los rangos de precios.

Hay datos que pueden parecer obvios o acaso pasan desapercibidos, pero nuestros lectores habrán reparado en que no por ello dejan de ser especialmente interesantes. Una marca de tequila se afana de contar con más de 120 años de existencia, una negociación del puerto de Veracruz luce orgullosa sus poco más de dos siglos y otra reclama existir desde 1856; otras fueron fundadas en 1875, 1884 o se crearon en 1903. Ya luego la lista de establecimientos originados en el siglo XX engrosa aquella de manera significativa.

Esto nos demuestra tres cosas que resultan muy evidentes, pero dignas de mención:

  1. El mexicano es emprendedor y constante en sus afanes de consolidar empresas.
  2. Desde siempre la nación ya independiente buscó participación en la economía del esfuerzo de los particulares, quienes apostaron por la nueva nación.
  3. Las empresas mexicanas han podido desarrollarse durante los dos siglos de vida independiente que cumplimos este año 2010, de una manera tal que son ya una de nuestras más caras tradiciones.

La capacidad empresarial, el ánimo emprendedor e innovador de los mexicanos y la necesidad de contribuir de manera decidida al engrandecimiento de la patria y en concreto, de su gente, es un espíritu que ha estado siempre presente y se ha manifestado a lo largo de dos centurias. No podemos soslayar la presencia de personas de origen extranjero que se afincaron en México y aportaron también su esfuerzo y talento. Muchas de las grandes empresas de hoy provienen también de su compromiso con la sociedad mexicana. Y hay un aspecto que debemos recordar: muchas nacieron pequeñas y llegaron a ser enormes.

Los mexicanos no debemos de olvidar que esa labor, ese deseo emprendedor de contribuir con la patria, es una constante. Que desmiente así la idea vaga, infundada y acaso desinformada, de pensar que México no es ni ha sido un país laborioso.

No es así.

Desde que México nació a la vida independiente, se entendió que las ataduras del pasado, las prohibiciones comerciales impuestas a lo largo del periodo colonial y las limitaciones legales o físicas, serían el reto a vencer de la nueva nación. Se percibe un ánimo gestor y emprendedor que tarde que temprano  En efecto, el empresariado mexicano, desde el más humilde vinatero hasta quienes se aventuraron a exportar, comprendió que era necesario hacerse de bienes y de la infraestructura necesaria para proveerse y proveer a la industria de sus más caros objetivos.

La libertad de actuar –en el marco del liberalismo económico que empujaba las economías del siglo XIX– se fijó como una constante a alcanzar y a mantener, y se consideró que sería un detonante significativo de la nueva nación independiente. Aquel anhelo no era nuevo.

Ya desde el siglo XVIII tanto novohispanos como peninsulares reclamaron la libertad de comercio. Esto implicaba la libertad de empresa. Fue un principio ya planteado a los diputados constituyentes de Cádiz como uno de los ejes a seguir para que en la primera constitución de la monarquía española se consignara esa libertad tan necesaria en pro del comercio y el intercambio fecundo de bienes y mercancías de muy diversa índole. Con esto ya se reconocía que la libertad de comercio generaría nuevas empresas que contribuirían a una economía cada vez más en expansión.

México, ya independiente no tuvo un fácil comienzo para generar su proita riqueza, casi arruinado por la guerra de librada contra España; no contó con todos los recursos posibles para iniciar avante su camino. Las guerras civiles y las invasiones extranjeras retrasaron su desempeño. Empero, se avocó a buscar dentro de los márgenes estrechos que su condición le otorgaba, el participar dentro del comercio internacional de la manera más ventajosa posible y de una manera proactiva, aún en medio de infinitas adversidades, que de alguna forma reflejaran la industriosa labor de los incipientes empresarios mexicanos, que con el mismo ánimo y muchas veces de la mano del Estado y otras tantas por su cuenta y riesgo celebraron y apoyaron la instalación de inventos y adelantos tecnológicos como el telégrafo o el ferrocarril, que contribuyeran decididamente a la unificación y al desarrollo del enorme país que nacía a la luz en el concierto de las naciones.

Por supuesto que en casos así estamos hablando de verdaderos hitos, de verdaderos símbolos del progreso con el que se identifica al siglo XIX, que tanto aportaron para que el empresario mexicano tuviera herramientas eficaces con las cuales ayudarse en su tarea cotidiana.

Así entonces, no podemos olvidarnos de que si bien en las primeras décadas de la nación independiente, las guerras civiles y las invasiones extranjeras fueron condicionantes que limitaron el desarrollo del comercio y la industria, siempre hubo empresarios grandes y pequeños que mantuvieron vivo el comercio y el espíritu de la empresa. De estos años provienen muchos de los negocios más antiguos que aún perduran en nuestro país.

Pero la inversión extranjera tardó en aparecer. Antes se facilitaron las exportaciones de materias primas en un mercado mundial dominado por la Gran Bretaña, que era la primera potencia mundial.

Las distintas etapas del desarrollo comercial e industrial

Industria y empresa son dos conceptos muy ligados al desarrollo de la economía mexicana a lo largo de los dos últimos siglos. Son sin duda alguna, dos columnas vertebrales del desarrollo nacional y componen ineludiblemente la manera en que se ha planeado este país y son parte de su proeza por alcanzar el progreso y el futuro.

Es pertinente decir que México ha pasado al menos por seis etapas de industrialización, etapas que suponen la consolidación de un empresariado local, con nexos fuertes con el exterior, pero también con una capacidad generadora de recursos propios. Flavia Derossi nos enuncia las etapas de la industrialización en México que son, a su juicio, las siguientes:

  1. a) Protohistoria de la industrialización: es decir desde el nacimiento a la vida independiente hasta el inicio del Porfiriato
  2. b) El Porfiriato: que atrajo la inversión y la industria extranjeras, coadyuvando al desarrollo nacional
  3. c) De la Revolución a la II Guerra Mundial: en que el país tras la convulsión de 1910 tardó 30 años en salir adelante, impulsando por la economía de guerra y el regreso de los inversionistas extranjeros
  4. d) La II Guerra Mundial hasta la de Corea: años en que se cimentó el desarrollo estabilizador y se emprendieron nuevos proyectos de desarrollo.
  5. e) El crecimiento sostenido y la regulación pública: efectuada en pro de la industria y el comercio nacionales, si bien orillo a cierto proteccionismo.

Y podríamos anotar una más, la sexta: la desregulación y la apertura comercial globalizadora, que es en la que estamos inmersos, frente a la expansión de los mercados, los tratados de libre comercio y las nuevas tecnologías.

El empresariado ha ido cambiado según cada etapa y es justamente en esta última en donde las PYMES han cobrado especial relevancia.

Estas etapas bien que han marcado el desarrollo nacional, de su mano se han establecido y afianzado las empresas mexicanas, que grandes o pequeñas, han contribuido de manera más que significativa a crear no solo aquellos consabidos empleos, sino la riqueza misma de la patria.

En este rubro cabe mencionar dos aspectos torales que se han ido fraguando a lo largo de dos siglos:

  1. a) El empresario mexicano ha enfrentado distintas realidades económicas para proveer a su empresa de los mecanismos más óptimos de operación.
  2. b) El empresario ha buscado estar lo más actualizado posible. No es indiferente al tema

En efecto, cuando hablamos de una empresa mexicana no debemos perder de vista que ni siempre han sido los mismos métodos con los que se ha desempeñado ni tampoco el mercado nacional ha sido el mismo. Ya no digamos el mercado mundial.

De nuestra industria cerrada a la globalizada

Nuestra industria ha operado para satisfacer las necesidades locales y acaso no ha sido tan entusiasta para procurar la expansión de México por el mundo, de allí que son más escasos los ejemplos de éxito hacia fuera que hacia adentro.

Más ello comporta no quitar mérito alguno a la tarea del empresariado, pues estaríamos dejando de lado que desde el más humilde empresario hasta los más grandes, asumen compromisos con los que enfrentan la realidad de su expansión de su día a día.

En estos dos siglos transcurridos no puede dejarse de lado mencionar que la empresa ha pasado de ser enteramente familiar a una más diversificada en su oferta y en su estructura, por muy básica que sea.

Aspectos como la inversión extranjera o las multinacionales son conceptos surgidos en estos últimos dos siglos, delineados en sus significados y alcances y que han formado parte de nuestro propio desarrollo. Sin lugar a dudas hay una gran distancia entre las inversiones del siglo XIX y la visión que podemos tener de las mismas en el siglo XXI, pero adelantan la posibilidad de atraer capitales externos para fortalecer ciertos rubros de la economía nacional en general.

En opinión de Jorge Basave es en este contexto en que las PYMES cobraron gran auge a partir de los años noventa. Un tanto por aparecer nuevas oportunidades, por conformarse nuevas características de los mercados y por el autoempleo que pudiera generar nuevas posibilidades de desarrollo de ciertos renglones de la economía.

Por último, si hiciéramos un análisis general podríamos observar que una economía como la mexicana, que se globalizó (fuera o no con medidas acertadas en todos los casos), hoy no puede quedarse afuera. Y es el gran reto del empresario moderno, el atender esa nueva realidad que no va a retroceder.

Conclusión final

Dos siglos son apenas un suspiro en el devenir de la Historia, pero para México son de capital importancia. Podemos decir que no es la primera vez que el país afronta grandes retos, pero ciertamente que también cuenta con activos que no podemos minimizar. Son activos presentes que hacen sentir la fuerza de una de las economías más fuertes del mundo que, pese al día a día que no siempre es claro para todos, también avizora nuevas oportunidades, posibilidades tangibles y ampliación de expectativas. El empresario es una pieza clave en ese devenir.

 

Fuentes:

BASAVE, Jorge; Empresas mexicanas ante la globalización; Miguel Ángel Porrúa, México, 2000, 342 pp.

DEROSSI, Flavia; El empresario mexicano, UNAM, México, 1977, 519 pp.

KUNTZ Ficker, Sandra; Las exportaciones mexicanas durante la primera globalización 1870-1929, Colmex, México, 2010, 645 pp.