“Los muertos trabajan mucho: llevan el sol por debajo hasta el amanecer”.
(Pintado en los muros de un cementerio mexicano).

Según las regiones del planeta y la época histórica en la que vivimos, los seres humanos vamos asumiendo diferentes actitudes ante la figura de “La Guadaña”, “La Parca”, o como quiera llamarse a esta oscura presencia que nos aguarda en el último instante de nuestro paso por el mundo. Coincidimos en la muerte, y en un par de asuntos más, pero el resto de las cuestiones las vamos resolviendo según cada forma de pensar y de sentir. Ni siquiera la interpretación de la muerte es unánime: más bien adquiere diferentes intensidades, y se expresa a través de rituales que les dan significados muy distintos.

Más allá de los sentimientos que despierta la pérdida de una vida humana (angustia, zozobra, perplejidad, dolor), en muchas culturas se asocia a los muertos con fuerzas positivas, y la vida misma está marcada por momentos en los que la comunidad recuerda a sus difuntos con alegría.

Este es el tono que caracteriza al relato aportado por la profesora Elizabeth (México), a propósito de una actividad que se llevó a cabo en la guardería donde ella trabaja: el objetivo era estimular en los pequeños la certeza de que es posible hacer ciertas cosas, por muy difíciles que se presenten. Elizabeth llamó a esta dinámica “El entierro del Yo No Puedo”, y así ha narrado los pasos que siguieron en la clase:

“Para empezar, escribí en una hoja de papel la frase “Yo no puedo”, y mi nombre. Después cada niño recibió esa misma hoja y, por turnos, fueron repitiendo la frase que, o bien copiaban de la que yo había escrito, o bien reproducían a su manera mediante grafías no convencionales, para poner finalmente su propio nombre. Todos los niños de la clase lo hicieron, y a continuación les propuse celebrar el entierro de esa hoja. En este punto, escuchamos lo que sabía y lo que opinaba cada uno sobre la ceremonia, les pregunté si alguno había asistido a un entierro, y comentamos que cosas hacían falta para llevarlo a cabo”.

Elizabeth destaca que se formaron equipos de trabajo, distribuyéndose estas responsabilidades:

1. Buscar una caja y guardar ahí la hoja del: “YO NO PUEDO”.
2. Fabricar una cruz, utilizando palitos de madera, cinta adhesiva e hilo de estambre.
3. Cavar la correspondiente fosa.
4. Cortar flores.

“A continuación –prosigue la maestra- realizamos la ceremonia con toda formalidad y respeto: los niños cerraron la caja, la metieron en la fosa y la cubrieron con tierra. Luego colocaron la cruz y las flores. En ese momento yo les dije que habíamos enterrado el “Yo No Puedo” de cada uno de nosotros, y que nos estábamos despidiendo de él.

A partir de entonces, el “Yo No Puedo” se iba a convertir en otras cosas, en estas frases:

1. “SI PUEDO”.
2. “LO VOY A INTENTAR”
3. “NO ME HA QUEDADO MUY BIEN PERO LO HE HECHO”.
4. “LO HE INTENTADO VARIAS VECES Y NO ME SALE: ¿ME AYUDAS?”

“Todos mis alumnos mostraron una respuesta muy positiva a esa dinámica –concluye Elizabeth: los niños la tienen siempre muy presente y, cuando alguno me dice “Señorita, no puedo”, no falta el compañero que le corrige: “¡Eh! El Yo No Puedo ya está enterrado”.

Además ha servido para estimular el trabajo en equipo, para que se sientan seguros del resultado de sus esfuerzos, y para que los padres valoren en casa lo que hacen sus hijos en la guardería, aunque también se trata de una propuesta muy útil para otros niveles escolares”.

Texto original de Elizabeth.

“RECUERDA: LO LEÍSTE PRIMERO EN PULSO PYME”

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* Nota editorial:

Estimada  Elizabeth: Si por casualidad te enteras que hemos reproducido tu relato, ponte en contacto con nosotros. Saludos y gracias por colaborar con PULSO PYME.

Agradecemos la transcripción y publicación autorizada por la editorial EDIBA S.R.L. exclusivamente para PULSO PYME. Para más detalles y materiales visitar: www.ediba.com

Bibliografía:

EDGARDO ARIEL EPHERRA y ADRIAN BALAJOVSKY. Un recreo para el corazón. Obras Maestras. Historias, anécdotas, conversaciones y testimonios. Narrados por docentes para entibiar el alma, sonreír y seguir creciendo. Editorial EDIBA. Argentina, Bahía Blanca. 2004. Pp.: 20 – 22.

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Fotos: Cortesía de PIXABAY.